Estoy en mi derecho. Me asisten todas las leyes. No me sale de los perlimplines tomar ni una cerveza Heineken más, ni comprar en El Corte Inglés ni, por supuesto, contratar una sola póliza con El Ocaso. Y tengo mis razones.
Los mismos que defienden a capa y espada la 'libertad de expresión' de Jiménez Losantos, que no encuentran nada censurable, ni un solo insulto, ni una coma que cambiar en sus homilías matutinas, andan como puta por rastrojo con los programas de La Sexta, la cadena de tv de Mediapro.
Ahí sí, ahí sí que se insulta, y se falta al respeto al contubernio de la pdb por pedir a los ciudadanos que marquen la 'x' en la casilla de otros fines sociales.
Sí, han leído bien, no por pedir que 'no se ponga la "x" en la casilla de la iglesia', sino por pedir que lo hagan para la de fines sociales.
De esta actitud cínica y miserable, tan en consonancia con la tradición de la pdb, ya hablamos en la primera entrega de esta serie.
La emisión en la cadena de dos entregas del programa 'Salvados por..' del cómico Jordi Évole, el popular 'Follonero', dedicados a la iglesia, (que, francamente, me dejaron exactamente igual que antes de verlos, por blanditos y ñoños), y la mordacidad anticlerical de Wyoming en el Intermedio, han encendido las iras de este grupo de 'metomentodos' que nunca están satisfechos con que les digan las alturas lo que tienen que hacer, sino que, además, nos lo tienen que imponer como a ellos les gusta: 'a sangre y fuego'. (De esto creo que hay en la Historia algun que otro ejemplo suelto...).
Estos cínicos, que ven libertad de expresión en las barbaridades de Losantos, y no la encuentran en La Sexta, han iniciado su insoportable campaña de spam, muy a los métodos y estilo de las organizaciones cercanas a la Christian Coalition americana, y nos han bombardeado, (mi buzón de correo es una muestra) con sus llantos por el 'acoso furibundo de los rojos de la cadena satánica que es La Sexta a la modesta y humilde iglesita del niño jesús'. Aunque cada uno es muy dueño de sentirse ofendido con lo que le parezca, comparar el nivel de virulencia de una y otro es simplemente un estudio de lo obvio.
Y han conseguido algunos objetivos. Entre ellos que las tres marcas que citaba al inicio han retirado su publicidad de la cadena televisiva. Con sus dineros son muy dueños estos grupos empresariales de hacer lo que quieran, al igual que yo con los míos. Por eso tengo mis razones para ignorar sus productos.
Pero, visto el grado de beligerancia de estas organizaciones, habrá que pensar en darles una adecuada réplica denunciando lo que hacen, con dinero público, entidades e instituciones muy próximas a ellas que, sistemáticamente con sus actitudes, vienen ofendiendo a quienes no pensamos como ellos. La educación concertada por ejemplo.
jueves, 19 de junio de 2008
Clasificado X (II)
martes, 17 de junio de 2008
Olvidad los ruidos
Despertad alegres, mis amigos,
olvidad los ruidos que hay,
que la noche se está yendo
y el día vendrá.
Si os dais prisa encontraréis
el desayuno, ya servido está.
Ahora bien, si no llegáis
agua de lluvia habrá.
Si me amenazas prometo escaparme
yo no volvería a hablar.
Son tus palabras puñales, que abrirán
algo muy dentro de mí.
Escuchadme: siempre recto
hay que caminar. Una orden es.
Dos las filas, adelante,
y nada de hablar.
Voy andando y las baldosas
cuento sin parar. Hoy no gritarás,
de rodillas, mi castigo,
deja de llorar por ti.
Si me amenazas prometo escaparme
yo no volvería a hablar.
Son tus palabras puñales, que abrirán
algo muy dentro de mí.
Despertad alegres amigos,
olvidad los ruidos nocturnos.
Si tardáis, ya comeréis
verde pasto y agua de lluvia.
Amenazas, La Dama se Esconde.
Armarios y Camas. Grabaciones Accidentales GASA, 1986.
lunes, 16 de junio de 2008
¡¡Pero si va en pelotas!!
Leyendo el excelente blog de JAMS, cuya lectura recomiendo a todos, pero muy especialmente a los que andan dando lecciones de periodismo mientras estudian para tratar de aprender a hacerse la lazada del zapato, he recordado el excelente cuento infantil de Hans Christian Andersen, 'El traje nuevo del Emperador'.
A los cuentos infantiles, si estan escritos por gente espabilada, les ocurre como a las fábulas: que retratan cruelmente aspectos de las debilidades humanas con precisión quirúrgica envueltos en el celofán del relato ligero. Y este cuento no es una excepción.
Están retratados los truhanes, que aprovechándose de la estulticia y vanidad del poderoso, le sacan los hígados económicos mientras nos convencen de su utilidad.
Aparece el poderoso, tontaina y creido de sí mismo, que, desconfiando de todos, acepta el reto de los truhanes para 'someter' al pueblo a una exhibición de 'sus habilidades' entanto cree 'controlar' a su cohorte de pelotilleros apesebrados.
No falta esa cohorte llevando la cola del nuevo traje invisible, doblados hasta la raspa para agradar al poderoso, esperando que arroje sus migajas dadivosas.
Por supuesto, el pueblo soberano, que perdido entre clientelismos, miedos, y acomplejado por su situación ve lo que ocurre pero no se atreve a denunciarlo a voz en grito.
Y el niño, 'in vino veritas', que canta las cuarenta a toda esa colección de debilidades.
Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.Varias reflexiones:
No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
¿A alguien le suena esto de algo, le resulta familiar, conoce algun 'reino' así?
¿A alguien le resulta extraña la actitud del Emperador, con el 'sostenella y no enmendalla' y la de su corifeo recogiendo la cola del vestidito?
¿Quién será el primero que grite ¡pero si va en pelotas!?